7. LO QUE NOS MOVILIZA
El » flujo » aparece cuando movilizamos todas nuestras habilidades o nos hallamos fascinados, por así decirlo, por un proyecto que exige lo mejor de nosotros. Este tipo de reto nos absorbe de tal modo que nos concentramos hasta quedar suspendidos «fuera del tiempo» y llegar a perdernos en lo que estamos haciendo. En ese estado parece que hagamos las cosas sin realizar esfuerzo alguno y nos adaptemos fluidamente a las exigencias siempre cambiantes de la situación . El estado de «flujo» es, en sí mismo, un placer. El «flujo» es el movilizador último. Nos sentimos atraídos por las actividades que nos gustan porque, cuando las llevamos a cabo, entramos en estado de «flujo». Es evidente que lo que proporciona a las personas este placer puede ser muy distinto: a un soldador puede gustarle afrontar el reto de una soldadura difícil, un cirujano puede estar completamente absorto en una compleja operación, un diseñador de interiores puede disfrutar con el diseño de formas y colores etcétera. Cuando nos hallamos en «flujo» se pone en marcha nuestra motivación y el mero hecho de trabajar en lo que nos gusta resulta una auténtica delicia.
El «flujo» nos brinda una explicación radicalmente diferente de las nociones al uso acerca de lo que motiva a la gente para trabajar, con lo cual no queremos decir que los incentivos económicos carezcan de importancia, porque siguen siendo verdaderos acicates para mantener nuestro rendimiento, pero, por más importantes que resulten los ascensos, los aumentos y las gratificaciones, los alicientes más poderosos no son tanto externos como internos.
Los incentivos habituales no son, pues, del todo adecuados para que las personas desempeñen su trabajo del mejor modo posible. El rendimiento máximo sólo se obtiene cuando hacemos lo que nos gusta y disfrutamos con ello.
Hacer las cosas cada vez mejor
Una profesora de universidad describe del siguiente modo la razón por la cual le gusta tanto su trabajo: «Mi profesión constituye un acicate para aprender continuamente cosas nuevas. Tengo que estar muy en contacto con la realidad porque, en mi trabajo, resulta imprescindible mantenerse al día».
El límite de nuestro aprendizaje se halla en la región en la que tiene lugar la plena actualización de todos nuestros recursos y ahí precisamente es donde también se halla la zona de «flujo». El estado de «flujo» nos impulsa espontáneamente a mejorar por dos razones fundamentales: porque las personas aprendemos más y mejor cuando estamos completamente implicadas en lo que estamos haciendo y porque cuanto más ejercitamos una tarea, mejor la desempeñamos. El resultado de esta situación es una motivación continua (disfrutar del «flujo») que nos permite afrontar retos cada vez más complicados. Cuando un trabajo carece de «flujo», hasta el éxito puede provocar un curioso malestar puesto que,
cuando dominamos un determinado trabajo, también aumenta considerablemente el riesgo de estancamiento, y lo que antes resultaba excitante, puede terminar volviéndose aburrido. Tal vez esto nos permita explicar por qué la mediana edad suele ser un período de cambios radicales en nuestra orientación vocacional.
Manual de Inteligencia Emocional
«A mitad de la vida y de la carrera profesional uno suele llegar a sentir cierta inquietud, y esta inquietud puede acarrear graves consecuencias —dice un psicólogo que se dedica a la asesoría de ejecutivos—. Es entonces cuando empieza a responder a los anuncios de los «cazatalentos» aun cuando, en realidad, no desee un nuevo trabajo. Tal vez entonces comience a dedicar su tiempo y su atención a un pequeño negocio o quizá se irrite y se ponga de mal humor, comience a coleccionar coches deportivos o empiece a tener aventuras amorosas.»
Una de las causas fundamentales de este aburrimiento es que las personas ya no tropiezan con desafíos interesantes para poner a prueba sus habilidades. Entonces el trabajo, tan fácil y familiar, comienza a resultar tedioso. «Una respuesta saludable —prosigue el mismo psicólogo antes mencionado— podría ser la de asumir dentro de la empresa un proyecto nuevo y desafiante que le permita renovar su compromiso laboral.»
La neurología de la motivación
Aunque todavía no comprendamos exactamente el modo como ocurre, es muy probable que las distintas motivaciones pongan en marcha diferentes combinaciones de agentes químicos cerebrales. Sabemos que la amígdala alberga los circuitos cerebrales globales de la motivación. En este sentido, el aprendizaje emocional que determina nuestras actividades preferidas, así como el repertorio de recuerdos, sentimientos y hábitos asociados a estas actividades, se halla almacenado en los bancos de memoria emocionales de la amígdala y en sus circuitos asociados.
Una frustración para los investigadores de la inteligencia artificial que tratan de construir dispositivos robóticos que puedan ver y oír como los humanos es que los ordenadores carecen de la guía que proporcionan las emociones porque, en ausencia de un banco de memoria emocional que nos ayude a reconocer inmediatamente lo que más importa —los datos que despiertan nuestros sentimientos—, los ordenadores carecen de la clave más importante y otorgan el mismo valor a todo lo que ven y oyen, con lo cual son incapaces de elegir lo que más importa en un determinado momento. Los ordenadores carecen, en suma, de la orientación que nos proporcionan nuestras emociones y nuestras motivaciones.
Nuestros motivos dirigen la conciencia hacia las oportunidades que más nos interesan. La amígdala forma parte de una especie de «puerta neurológica» que debe atravesar cualquier cosa que nos interese —que nos motive— en función de su valor como incentivo, una especie de distribuidor de nuestras prioridades vitales.