La inteligencia emocional y el estudio de la felicidad

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y EL ESTUDIO

DE LA FELICIDAD

La Inteligencia Emocional y el estudio de la felicidad
La definición del término “felicidad” en el Diccionario de la Lengua Española, su primera acepción es: “
estado de grata satisfacción espiritual y física ”. Un significado que recoge la forma mayoritaria y tradicional de entender la felicidad en nuestra cultura y que la convierte en un estado ideal y, por ello,
imposible de alcanzar.
Curiosamente, con esta definición nadie podría definirse como una persona feliz y sólo podríamos describir nuestra felicidad en términos retrospectivos (“fui feliz en la primavera del ’98”) o presentes
(“estoy feliz ahora” u “hoy soy feliz”).
La realidad es bien diferente y la mayoría de las personas se considera feliz. Por ejemplo, los resultados del estudio coordinado por el profesor Federico Javaloy para el INJUVE sobre el bienestar y la felicidad de la juventud española ( JAVALOY 2007) son claros: “los jóvenes españoles se sienten felices”. En concreto, sus respuestas se sitúan en una puntuación de 7,4 en una escala de felicidad de 1 a 10.
Los investigadores sobre Psicología Positiva han consensuado que para una definición operativa del
concepto de felicidad necesitamos de tres componentes:
• Experiencias de afecto positivo frecuentes (e.g., alegría, placer, amor);
• Experiencias de afecto negativo infrecuentes (e.g., tristeza, ansiedad, dolor
• Altos niveles de satisfacción vital, entendido como la evaluación cognitiva global de cómo valora su vida una persona.

Es decir, una persona feliz sería aquella con muchas experiencias positivas y pocas negativas, y que se
percibe globalmente satisfecha con su vida. No obstante, como los especialistas en bienestar señalan, no existe un indicador objetivo de felicidad, sino que se trata de un estado subjetivo del individuo que se obtiene directamente de su auto-informe.
Pero, ¿sirve para algo ser feliz? Diferentes revisiones empíricas sobre el tema han mostrado que las
personas felices son más sanas física y psicológicamente, afrontan mejor el estrés e, incluso, viven más
tiempo. En el ámbito social, las personas felices tienen más amigos, están más satisfechos con sus relaciones sociales, son más cooperativos y están dispuestos a ayudar a otras personas, y además tienen menos probabilidades de divorciarse.

Manual de Inteligencia Emocional

¿Es posible aprender a ser feliz?

La investigadora Sonja Lyubomirsky ha resaltado en diferentes publicaciones que la idea de aprender a
ser feliz no ha tenido argumentos científicos sólidos. La razón primordial de esta falta de investigaciones previas reside en la idea preconcebida de que los cambios en la mejora de la felicidad de las personas son sólo temporales y fútiles. Este pesimismo se fundamenta en tres evidencias: los genes determinan nuestro nivel característico y estable de felicidad; las dimensiones de personalidad son estables a lo largo del ciclo vital; y nuestra capacidad de adaptación hedónica hace que nos acostumbremos con rapidez a lo novedoso.
La Psicología Positiva considera este análisis como incompleto y plantea que la felicidad estaría determinada por la combinación de los aspectos genéticos y de personalidad, los circunstanciales y los
intencionales. Estas tres grandes dimensiones se distribuirían de la siguiente:
• Los genes. Supondría aproximadamente un 50% de la varianza y refleja características de personalidad muy estables como extraversión y neuroticismo.
• Las circunstancias. Variables sociodemográficas como raza, sexo, edad, ocupación, nivel socioeconómico sólo aportan un 10% de la varianza.
• La actividad intencional. Es una categoría muy amplia ya que supone las acciones concretas en las que nos implicamos de forma voluntaria. Estas actividades darían cuenta del 40% de la varianza y permiten un espacio extenso para el cambio y la mejora de la felicidad.
Actualmente, la división más admitida en IE distingue entre un modelo de habilidad, centrado en la capacidad para percibir, comprender y manejar la información que nos proporcionan las emociones, y
modelos de rasgos o mixtos, que incluyen en su conceptualización una combinación de variables no
estrictamente relacionadas con las emociones o la inteligencia. Los modelos de rasgos o mixtos plantean un acercamiento amplio de la IE, entendiéndola como un conjunto de rasgos estables de personalidad, competencias socio-emocionales, aspectos motivacionales y diversas habilidades cognitivas.

Por otro lado, el modelo de habilidad es una visión más restringida defendida por Salovey y Mayer, que
conciben la IE como una inteligencia genuina basada en el uso adaptativo de las emociones y su aplicación a nuestro pensamiento. Para ellos, las emociones ayudan a resolver problemas y facilitan la
adaptación al medio. Esta visión funcionalista de las emociones recuerda las definiciones clásicas de
inteligencia que remarcan la habilidad de adaptación a un ambiente en continuo cambio. Partiendo de esta definición, la IE se considera una habilidad centrada en el procesamiento de la información emocional que unifica las emociones y el razonamiento, permitiendo utilizar nuestras emociones para
facilitar un razonamiento más efectivo y pensar de forma más inteligente sobre nuestra vida emocional.

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