El peso del estado de ánimo

Sin valoraciones

El estado de ánimo también afecta a la toma de decisiones, a pesar de que todavía no se conoce con certeza cómo. Lo que sí se sabe es la manera en que incide en la valoración subjetiva que hacemos de las distintas opciones entre las que elegimos, es decir, en cómo jerarquizamos esas opciones según nuestras preferencias. Por ejemplo, usando el juego del ultimátum que se ha explicado en el capítulo anterior, Katia Harlé y Alan Sanfey (2007) estudiaron cómo determinadas emociones, como la tristeza, pueden modificar nuestras decisiones haciendo que rechacemos más ofertas injustas de las que rechazaríamos si estuviésemos en un estado alegre o neutral. Laura Moretti y Giuseppe di Pellegrino (2010) obtuvieron con la emoción de asco el mismo resultado que Harlé y Sanfey con la emoción de tristeza, ya que el número de ofertas injustas rechazadas aumentó con dicha emoción. Recibir este tipo de ofertas cuando estamos en un estado de tristeza genera una activación en la ínsula anterior y en la corteza cingular anterior, así como una disminución de la actividad en el estriado ventral, responsable de procesar las recompensas.

El impacto de las respuestas emocionales en la valoración de las decisiones se ha estudiado a través de dos planteamientos: medir fisiológicamente la reacción emocional con la decisión y evaluar la emoción de una posible decisión futura para ver si se puede cambiar esa emoción con vistas a modificar la decisión. En el primer caso, partiendo de la hipótesis del marcador somático de Damásio, donde una respuesta anticipatoria de excitación es una señal corporal del valor de la elección (integra las emociones en el proceso de toma de decisiones), Mascha van’t Wout, René Kahn, Alan Sanfey y André Aleman, en 2006, estudiaron la respuesta galvánica de la piel (variación en las características eléctricas de la piel, como pueden ser cambios en la sudoración) en un grupo de estudiantes durante una sesión del juego del ultimátum. Se observó que aquellos participantes sobre los que recaía la decisión de aceptar o rechazar la oferta mostraron una respuesta galvánica de la piel mayor cuando la oferta era injusta que cuando era justa, pero solo si jugaban contra otros compañeros, no si lo hacían frente a un ordenador. Estos autores correlacionaron positivamente la respuesta galvánica de la piel con la tasa de rechazo de las ofertas, es decir, si la respuesta galvánica de la piel es alta, la tasa de rechazo será también alta. Esta investigación muestra cómo se refleja una respuesta fisiológica en el proceso de valoración en el ámbito social (estudiantes que interactúan) y afecta a decisiones económicas (ofertas monetarias), pero no es la única. Otro estudio, realizado por Peter Sokol-Hessner y sus colaboradores en 2009, logró correlacionar la aversión a la pérdida con una respuesta galvánica de la piel mayor en las pérdidas que en las ganancias. Otro ejemplo, comentado en el capítulo anterior, es el experimento llevado a cabo por Alan Sanfey, James Rilling, Jessica Aronson, Leigh Nystrom y Jonathan Cohen en 2003. Con el juego del ultimátum y empleando la resonancia magnética funcional, demostraron que los participantes estaban más dispuestos a aceptar ofertas injustas provenientes de un ordenador que de una persona. En el segundo caso se producía una activación más intensa de la ínsula, implicada en la experiencia del dolor, sobre todo cuando la oferta era injusta, lo que pone de manifiesto que las emociones que siente la persona encargada de aceptar o rechazar la oferta influyen en las decisiones que toma dentro de este juego.

¿Qué ocurre ante elecciones intertemporales?

En este último ejemplo debemos hacer un ejercicio de imaginación para aventurar hipótesis sobre los posibles resultados futuros. En economía, en las elecciones intertemporales (decisiones entre alternativas que implican costes y beneficios que se distribuyen en horizontes temporales), las diferencias en la valoración de las recompensas en distintos momentos del tiempo no se miden de igual forma, ya que las emociones que se experimentan mientras se espera que se den esos resultados no son iguales. Así, se prefieren las recompensas inmediatas a las futuras, aunque estas últimas sean de mayor cuantía. Por ejemplo, solemos preferir 10 euros hoy a 11 euros mañana, aunque no nos importa esperar un día más cuando nos dicen que el resultado se producirá a un año vista, en cuyo caso preferiremos 11 euros dentro de un año y un día a 10 euros dentro de un año. Que demos mayor peso a las recompensas inmediatas que a las futuras se debe, en gran parte, a la emoción, la cual influye en la valoración de las mismas. Pareciese como si a corto plazo (hoy frente a mañana) actuásemos de manera impulsiva, mientras que a largo plazo (un año frente a un año y un día) nos comportásemos con visión de futuro. Pongamos otro ejemplo. En 2004, Samuel McClure, David Laibson, George Loewenstein y Jonathan Cohen realizaron un estudio con resonancia magnética funcional en el que demostraron la existencia de dos sistemas neuronales de decisión que actuaban en función del tipo de recompensa monetaria (inmediata o futura). Cuando se optaba por una recompensa inmediata, se activaban algunas partes del sistema límbico, entre ellas la corteza paralímbica, responsable del procesamiento de las emociones; mientras que si la decisión era de recompensa futura, se activaban algunas áreas de la corteza prefrontal lateral y de la corteza parietal posterior, encargadas de los procesos atencionales y cognitivos y de las funciones ejecutivas.

La teoría del nivel de conceptualización propone que el tiempo en sí mismo puede modificar la forma en la que se representan mentalmente los eventos. Los más próximos en el tiempo serán claros y concretos; en cambio, a medida que nos alejemos en el tiempo, mirando hacia el futuro, los eventos se irán volviendo más abstractos. Esto incide directamente en nuestras decisiones, y puede incluso modificar nuestras emociones o preferencias individuales. ¿Cómo? Las recompensas inmediatas, aunque sean pequeñas, tienen un componente emocional mayor y suelen preferirse a las futuras, aunque sean más cuantiosas, pues se consideran abstractas. No obstante, es posible manipular esa representación mental de la recompensa futura para hacerla más vívida, menos abstracta, y conseguir cambiar nuestra emoción y por ende nuestra decisión. Un ejemplo de esta idea lo encontramos en la investigación realizada por Roland Benoit, Sam Gilbert y Paul Burgess en 2011, con la que demostraron que las personas somos capaces de imaginarnos posibles eventos futuros de manera vívida, pensando ejemplos de cómo queremos gastar ese dinero, con lo que aumenta la emoción y disminuyen, en consecuencia, los efectos que provoca el descuento temporal (propensión a devaluar las recompensas futuras). Los resultados obtenidos mostraron que había una mayor activación en la corteza prefrontal medial rostral, lo que sugiere una función predictora de las decisiones orientadas al futuro, de recompensas futuras.

A estas alturas podemos decir que la emoción desempeña un papel importante en el proceso de tomar decisiones, y que es un elemento clave para el cálculo de valor. A pesar de que todavía queda mucho por investigar, sí cabe afirmar que, a nivel neuronal, la activación de áreas como el estriado, la corteza prefrontal ventromedial, la amígdala o la ínsula, entre otras, y su conexión entre ellas como consecuencia de los estados emocionales condicionan de forma definitiva nuestras decisiones económicas (véase la figura 9).

Figura 9: Principales áreas cerebrales implicadas en la emoción. La ilustración muestra tanto aquellas áreas que influyen en la generación de la emoción como aquellas encargadas de modular sus efectos.

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