El coaching y la educación de los hijos
Los padres somos los primeros entrenadores de nuestros hijos; quizá los entrenadores más importantes que tendrán en toda la vida. Aunque luego vendrán otros, como profesores, tíos, abuelos, amigos… Pero los padres tenemos que enseñarles lo mejor de nosotros mismos. Sobre todo, para que los hijos puedan aprovechar las potencialidades que llevan dentro, ya que influimos en la evolución de la personalidad de nuestros pequeños y en el desarrollo de su autonomía para que puedan lograr sus propios objetivos. Vivir es convivir, relacionarnos, comunicarnos. Nos hallamos y nos sentimos inmersos en todo momento en un conjunto de relaciones, actividades y estructuras que nos acompañan y condicionan. Las rutinas del trabajo, la escuela en el caso de los niños, el seguimiento que hacemos de su actividad escolar, los amigos, la pareja, la sociedad en general… Algunas de estas relaciones facilitan y otras dificultan nuestro vivir cotidiano. Siempre nos estamos relacionando con alguien. La vida social es una forma de convivencia que hemos ido construyendo porque nos necesitamos y porque es el contacto humano lo que, en realidad, nos ofrece mejores condiciones de vida. El crecimiento del ser humano se produce gracias al intercambio con el entorno. Algo que nos pasa a todos, pero que en los niños es fundamental ya que para ellos todo empieza, su personalidad se está desarrollando. Y se configura a través de los mensajes que reciben del entorno más próximo, en el que la
educación de los padres desempeña un rol muy relevante. Para el niño, la familia es, sin lugar a dudas, el primer grupo. Luego, se irán añadiendo otros, como el grupo de iguales en la escuela, los amigos del barrio o las personas de otros ambientes (actividades extraescolares, familiares de amigos, amigos de amigos…). Pero la familia es el núcleo más importante. Por eso quiero destacar la necesidad de crear un ambiente acogedor con vínculos afectivos sólidos para el niño. De esta forma, ganará seguridad y autoestima para desarrollar las capacidades con las que afrontar positivamente la vida social. La dependencia inicial con los padres contribuye a generar el sentimiento de pertenencia al grupo. Más tarde, el niño, y el futuro adulto, conquistará de manera progresiva su autonomía para asumir responsabilidades y ser útil en la sociedad. La familia es un verdadero laboratorio de experiencia en el que el ser humano aprende a desarrollar sus talentos y habilidades. En este medio, el niño se prepara para adquirir autonomía para su futuro y lograr el éxito personal y social. Con la familia experimentamos la vida. Es el núcleo que ejerce como motor para generar la energía necesaria para que cada persona pueda expresarse en su máximo esplendor. Por eso, los padres deben sembrar para permitir que sus hijos se desarrollen con plenitud.
Decálogo para una familia nutritiva
La familia es fundamental para el desarrollo de los niños, pero no siempre es un lugar tranquilo, seguro y amable. Pueden aparecer conflictos por las reglas, la definición de los roles de cada miembro de la familia, la comunicación, la historia familiar… Es necesario que cada integrante colabore y tenga la confianza suficiente para que entre todos puedan superar los conflictos que se presenten. Una actitud positiva y abierta ayuda a encontrar una solución reparadora y saludable. Una familia nutritiva será portadora de anticuerpos capaces de hacer frente a cualquier dificultad y le será más fácil salir airosa de las situaciones conflictivas. Estos son los principales factores para el buen funcionamiento familiar:
01.0Las reglas de la familia deben ser claras. 02.0Es mejor consensuar las reglas que imponerlas. 03.0La casa en la que vive la familia, el orden y el mantenimiento son tareas importantes que se pueden realizar de común acuerdo. Ningún miembro de la familia debe sentirse ahogado por estas responsabilidades. 04.0Tanto los padres como los hijos tienen derecho a expresar sus opiniones. 05.0Es necesario ser coherentes para que lo que se hace y lo que se dice vayan a la par. 06.0Hay que cultivar la paciencia, la tolerancia y el respeto por los demás. 07.0Es importante demostrar el cariño por los demás. 08.0Hay que alabar a los otros miembros de la familia cuando se lo merezcan. 09.0Es fundamental acostumbrarse a pedir perdón por los errores. 10.0Los miembros de la familia deben conversar y pasar tiempo juntos.
El hecho de que los padres se entreguen con el mayor interés, voluntad y afecto para construir un buen tejido afectivo no quiere decir que siempre acierten. Los principales problemas o causas de fracaso en el aprendizaje de los niños son la carencia afectiva, el no saber comprenderlos o la falta de voluntad o de tiempo para escucharlos. De ahí la importancia de establecer una buena relación afectiva con los hijos. Y de ocuparse más que de preocuparse. Para ello, es necesario observar y acompañar para que puedan encontrar el camino que les permitirá un correcto desarrollo y, a la vez, ser felices. La educación de los hijos, el tema que nos ocupa en este libro y que es básico para crear vínculos paterno-filiales, es una combinación de errores y aciertos. Como ya he dicho, los vínculos de cariño no son una garantía para que la labor educadora de los padres sea siempre la correcta. Con frecuencia, los padres encuentran barreras que no saben cómo resolver. Se pueden plantear mil y una situaciones en función de la edad del niño, de las relaciones con otros miembros de la familia, de la personalidad de cada uno de los hijos… Y no siempre se tiene la oportunidad de dialogar con alguien sobre las dudas que se plantean. De este modo, puede ocurrir que los padres tomen decisiones poco acertadas. Pero es necesario que reconozcan sus errores para poder aprender de ellos. La tarea de educar desde la posición de padres conlleva tener en cuenta estos elementos y saber conducir al ritmo que determinan las circunstancias. Ser padres autoriza y exige toda la madurez posible para conducir este carruaje con la máxima felicidad y armonía. Pero, como decía, educar no es una tarea fácil. Es necesario conocer a los hijos. Y eso lleva tiempo. Tiempo para estar con ellos, para jugar con ellos, para acompañarles en su sufrimiento… Y, precisamente, tiempo es ese factor escaso para todos hoy en día.
Además, desde la condición de padres es importante conocerse bien a uno mismo. Siempre hay emociones y motivaciones inconscientes en nuestra conducta. Por ejemplo, un padre se sorprende a sí mismo perdiendo los nervios porque su hijo de tres años no para de juguetear con el teléfono móvil mientras come. De un manotazo, el plato ha salido volando y ha manchado el aparato. Y el padre le grita: «¡Esto no se toca!» El padre tendría que actuar y retirarlo o ser más asertivo con su lenguaje no verbal para frenar la actitud del niño. Por su parte, el niño, con sus tres añitos, se siente abrumado porque solo entiende que su padre está muy enfadado con él. El padre está pasando por una época complicada en el trabajo y tiene los nervios a flor de piel. Sus emociones han boicoteado, por lo menos momentáneamente, la relación con su hijo. Hubiera sido más acertado que le hubiera dicho, con serenidad, que debe tener cuidado con el teléfono y que lo hubiera retirado de su alcance. La falta de autocontrol puede traicionarnos y contaminar nuestra conducta. Algo que perjudica la relación con otras personas y también la educación de los hijos. En estos momentos conflictivos, el coaching es de gran ayuda para que los padres se puedan dar la oportunidad de conocerse a sí mismos, conecten con sus emociones y motivaciones más profundas y puedan emplearlas en beneficio de sus hijos. La forma en que nos comunicamos con nosotros mismos (es decir, con nuestro propio yo) influye en las relaciones con los demás y, por tanto, en la relación-comunicación con los hijos. Por ello, es preciso observar cómo actuamos y qué resultados obtenemos en nuestra forma de incidir, para adaptarnos a las necesidades de los hijos o de la situación que se nos plantea. Nuestro autoconocimiento, el permanente diálogo con uno mismo, es básico para cualquier relación y, de manera especial, en todas las fases del desarrollo y crecimiento de los niños. En cada una de las diferentes etapas habrá diferentes objetivos educacionales que pondrán a prueba las capacidades, motivaciones y reacciones emocionales de los padres. Comportamientos y actitudes diferentes por parte de los hijos que provocarán la necesidad de que sus padres modifiquen determinadas conductas o aspectos de su vida. Y esto no es tan sencillo. Por eso es necesario mirarse en el espejo interior con cierta frecuencia. Es preciso analizar nuestras actitudes para comprender las emociones que rigen nuestra conducta. Las actitudes de los padres en el ahora de sus hijos pueden ser determinantes para el mañana de estos.
Sin darnos cuenta, repetimos comportamientos recibidos, que no siempre son los más adecuados. Porque, además, como explicaré a lo largo de las siguientes páginas, a menudo repetimos las conductas que hemos recibido de nuestros padres, que con la mejor intención actuaron. El arte de educar consiste en conocerlos bien para saber qué necesitan, qué les hará más felices… y estar a su lado para lograrlo. Por otro lado, considero que una buena educación no consiste en dar clases magistrales sobre cómo deben hacerse las cosas. El secreto de una buena educación está, desde mi punto de vista, en que los padres sean capaces de que sus hijos desarrollen todo su potencial, para lo cual es necesario ser conscientes de las vivencias que comparten con ellos. No se trata de que programen todos los comportamientos. Y el coaching, como veremos, es una ayuda para la reflexión sobre cómo educarlos.
LAS CLAVES DEL COACHING
¿Cómo ayuda el coaching en la tarea de ser padres? El coaching ayuda a alinear posiciones, priorizar valores, definir ideas, afrontar los conflictos que aparecen en el transcurso de la vida y tener una actitud más favorable, positiva y resolutiva. Permite realizar cambios positivos en los puntos de inflexión, en los que las decisiones que se toman son fundamentales para el futuro de los hijos. Si tuviera que resumir en una única frase en qué consiste el coaching, sería esta: ayuda a aprender. La importancia no la tiene el coach (el entrenador), sino que la tiene el cliente (denominado «couchí»). El coach y el cliente forman una asociación estimulante gracias a la cual este último puede superar obstáculos, desarrollar o adquirir nuevas competencias y mejorar sus habilidades. Por tanto, el coaching es un proceso destinado a favorecer el crecimiento personal y la optimización del potencial de cada persona. Digamos que el coach funciona como un espejo que nos devuelve palabras, actitudes y comportamientos de los que no siempre somos conscientes. Nos los devuelve para que seamos conscientes de ellos y tomemos decisiones: ¿cuáles nos sirven y cuáles no?, ¿con cuáles me quedo?, ¿cuáles tengo que desechar? Así que el coach ayuda a reflexionar, a contrastar decisiones y a reenfocar actitudes para
que nos concentremos con más precisión en lo que nos conviene. No se trata de que el coach nos diga, nos descubra o nos ilumine el camino que debemos seguir. Más bien, el coach nos ayuda a deshacer los nudos que nosotros mismos hacemos y que nos impiden continuar. No nos dice: «Compra esto.» Nos dice: «¿Realmente quieres esto?, ¿te has planteado estas otras opciones?» Por tanto, el coach nos devuelve la libertad de elegir. Es importante tener bien claro que el coaching no ofrece recetas ni soluciones mágicas para conseguir cambios. Destaca la necesidad del esfuerzo y el compromiso para afrontar con éxito los retos o las dificultades de la vida. En realidad, podríamos decir que el coaching ayuda a ordenar el pensamiento. El cliente comparte con el coach pensamientos y emociones para averiguar qué es lo que distorsiona su capacidad para tomar decisiones. La mayoría de las personas que realizan un proceso de coaching sienten que quieren tomar un nuevo rumbo en su vida, que quieren ser más eficaces en su trabajo o su vida personal, que quieren funcionar mejor. Pero no saben cómo. Relatan que no saben cómo organizarse, qué camino seguir, si decidir una cosa o la otra. El coaching es un espacio que ayuda a decidir y tomar el rumbo adecuado para encontrar respuestas, soluciones o cambiar nuestro estado de ánimo. Es una mirada al interior de uno mismo para poner orden en el pensamiento, pues nos permite reflexionar sobre nuestros propósitos y gestionar nuestras emociones.
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