El valor de expresarse

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EL VALOR DE EXPRESARSE

La idea de poder saltarnos las reglas y los procedimientos usuales, y el hecho de tener el valor necesario para hacerlo, son las cualidades distintivas de la confianza en uno mismo. De hecho, en un estudio realizado sobre doscientas nueve enfermeras de un importante hospital universitario, aquéllas que poseían un mayor sentido de autoeficacia se mostraban también más dispuestas a hablar cuando se hallaban en situaciones de riesgo o médicamente inadecuadas. Las enfermeras dotadas de mayor confianza en sí mismas se enfrentaban abiertamente a los médicos y, en caso de no poder corregir así la situación, no dudaban en acudir a sus superiores.
Esta actitud confrontativa o de protesta es un acto de valentía, especialmente si tenemos en cuenta el bajo estatus que ocupan las enfermeras en la jerarquía hospitalaria. Las enfermeras con más confianza en sí mismas creían que, en el caso de disentir, el peso de su opinión contribuiría a que los problemas se solucionasen mientras que, por el contrario, las enfermeras faltas de esa confianza, en lugar de protestar o hacer el esfuerzo de corregir el error, solían acabar abandonando su trabajo.

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Un sorprendente descubrimiento, extraído de los estudios sobre el cerebro de personas que se hallan sometidas a situaciones estresantes —como pronunciar una conferencia ante un auditorio crítico, por ejemplo— pone en evidencia que la actividad del cerebro enjacional socava algunas de las funciones de los lóbulos prefrontales, el centro ejecutivo que se halla inmediatamente detrás de la frente.
Los lóbulos prefrontales constituyen el asiento de la «memoria operativa», es decir, de la capacidad para prestar atención y recordar la información sobresaliente, una instancia esencial para la comprensión, el entendimiento, la planificación, la toma de decisiones, el razonamiento y el aprendizaje. Cuando la mente permanece en calma, el rendimiento de la memoria operativa es óptimo, pero cuando tiene lugar una urgencia el funcionamiento del cerebro cambia a una modalidad autodefensiva centrada en la supervivencia, consumiendo recursos de la memoria operativa y transfiriéndolos a otras localizaciones cerebrales que le permitan mantener los sentidos en estado de hipervigilancia.

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Pero este modo, cuando se dispara la adecuada señal de alarma, la actividad cerebral experimenta un retroceso a las rutinas más sencillas y familiares, y deja de lado el pensamiento complejo, la intuición creativa y la planificación a largo plazo. El foco de atención se centra entonces en el problema o la incidencia inmediata. Esta modalidad de urgencia bloqueó la capacidad de mi amigo para recordar su conferencia, al tiempo que concentró su
atención sobre la «amenaza» inminente, es decir, los rostros expectantes del público aguardando su exposición.
Así pues, aunque el circuito cerebral que se ocupa de afrontar las urgencias evolucionó hace millones de años, sus perturbadores efectos —el temor, los ataques de ansiedad, el pánico, la frustración, la irritación, la ira y la rabia— todavía siguen con nosotros.
La amígdala es el banco de la memoria emocional del cerebro , el lugar en el que se almacenan todas nuestras experiencias de éxito, fracaso, esperanza, temor, indignación y frustración, actuando a modo de un centinela que supervisa toda la información que recibimos —es decir, todo lo que vemos y oímos, por ejemplo, instante tras instante— para valorar las amenazas y las oportunidades que van presentándose, cotejando lo que está ocurriendo con las pautas almacenadas de nuestras experiencias pasadas.
A lo largo de la historia de la evolución, la amígdala ha recurrido a las pautas de la memoria almacenadas para registrar y responder de inmediato a cuestiones tales como «¿soy su presa o es la mía?», situaciones en las que el hecho de detenerse a ponderar o reflexionar el caso hubiera resultado ciertamente suicida.
De modo que la respuesta cerebral ante las situaciones críticas sigue ateniéndose todavía a esa misma estrategia ancestral —agudizar los sentidos, detener el pensamiento complejo y disparar repuestas automáticas reflejas—, una estrategia que en la vida actual puede tener consecuencias lamentables.

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1. Autenticidad y Autoconocimiento

Expresarse permite que las personas se muestren tal como son, lo cual es crucial para el autoconocimiento y la autenticidad. Cuando somos capaces de expresar nuestras emociones, nos conocemos mejor y podemos identificar patrones en nuestras reacciones y sentimientos. Este proceso de autoconocimiento fortalece la inteligencia emocional, ya que nos ayuda a identificar y gestionar mejor nuestras emociones.

2. Comunicación y Conexión

Expresar lo que sentimos es clave para una comunicación efectiva en cualquier ámbito, ya sea personal, profesional o social. Cuando compartimos nuestras emociones y pensamientos de manera clara, facilitamos una mejor comprensión por parte de los demás, lo que genera conexiones más profundas y significativas. En el trabajo, por ejemplo, expresar las emociones de manera constructiva puede mejorar la colaboración y la resolución de conflictos.

3. Gestión del Estrés

El acto de expresar lo que sentimos, en lugar de reprimirlo, es un mecanismo eficaz para la gestión del estrés. Las emociones no expresadas pueden acumularse, llevando a una carga emocional que eventualmente puede manifestarse en forma de ansiedad, frustración o incluso burnout. Al expresar nuestras emociones, liberamos esta carga y fomentamos un equilibrio emocional más saludable.

4. Empatía y Comprensión

Cuando expresamos nuestras emociones de manera abierta y honesta, invitamos a los demás a hacer lo mismo. Esta reciprocidad fomenta la empatía y una mayor comprensión entre las personas. Al compartir nuestras emociones, también damos a los demás una oportunidad para empatizar con nosotros, lo que fortalece las relaciones interpersonales y la cohesión grupal.

5. Toma de Decisiones

Expresarse ayuda en el proceso de toma de decisiones. Cuando somos claros sobre lo que sentimos, podemos tomar decisiones más alineadas con nuestros valores y necesidades. En lugar de basar nuestras decisiones en impulsos o presiones externas, una buena autoexpresión emocional nos permite actuar con mayor conciencia y precisión.

6. Resolución de Conflictos

En situaciones de conflicto, la expresión emocional adecuada es fundamental para la resolución efectiva. Al comunicar lo que sentimos de forma no agresiva, podemos evitar malentendidos y abordar los problemas de raíz. La inteligencia emocional nos enseña a expresar nuestras emociones de forma asertiva y respetuosa, lo que favorece soluciones constructivas.

7. Fortalecimiento de la Autoestima

El acto de expresar nuestras emociones de manera abierta y sincera también contribuye al fortalecimiento de la autoestima. Cuando somos capaces de articular nuestros sentimientos, validamos nuestra experiencia emocional y fomentamos una mayor confianza en nosotros mismos. Sentirnos escuchados y comprendidos, tanto por nosotros mismos como por los demás, refuerza nuestro sentido de valía personal.

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