LA COMUNICACIÓN CON EL PACIENTE GERIÁTRICO

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La comunicación es, como hemos dicho, la base de las interacciones sociales y adquiere mayor importancia cuando nos referimos al ingreso de pacientes en un centro hospitalario, situación que, ya por sí misma, se hace difícil para el enfermo, el cual se encuentra fuera del hogar, en situación de enfermedad, tomando comida distinta a la habitual, sometido a otros horarios,…
Esto genera la necesidad de mantener relaciones afectivas y cercanas que logren hacer menos traumática su estancia hospitalaria.


Pero dentro de los ingresos en centros, los pacientes geriátricos necesitan aún más atenciones comunicativas para lograr una acogida satisfactoria. Esto se debe a varios factores:


Mayor vulnerabilidad de los mayores ante los cambios a los que se enfrentan.

Los pacientes geriátricos disponen de menos recursos (psicológicos, físicos,…) para afrontar éstos y los toleran menos; son fuente de estrés, producen sentimiento de soledad, tristeza… y, en general, insatisfacción en los enfermos. Esto supone mayor necesidad de crear relaciones cálidas que les ayuden a superar una situación que para ellos se presenta como muy complicada.


Cambios provocados por el proceso de envejecimiento que dificultan los recursos comunicativos de estos pacientes.

Manual de Auxiliar de Geriatría

Cambios en las competencias comunicativas en el paciente geriátrico


El proceso de envejecimiento va produciendo cambios que dificultan los recursos comunicativos del mayor. Según Staab (1997), algunos pueden ser considerados normales e inevitables y ocurren en la mayoría de los ancianos; otros, se consideran anormales y crean mayores problemas en la relación interpersonal con el paciente geriátrico.
Esta distinción entre normalidad y anormalidad suele estar en función del grado en el que se producen los cambios, ya que de esto dependerán las dificultades que presente el mayor en el terreno comunicativo y el que se consideren o no dentro de lo habitual del proceso evolutivo.


Los cambios que más influyen en la comunicación se deben al deterioro de los procesos cognitivos (memoria, atención, comprensión, abstracción, orientación,…) y en los sentidos de vista y oído. Destacan, según Staab (1997), los siguientes:


Son normales los problemas en la memoria de recuperación (dificultades para recordar nombres de personas, cosas,…) y en la memoria a corto plazo (recordar el listado de las cosas que iba a comprar,…); sin embargo, se considera anormal el fallo de la memoria a corto plazo que impide recordar momentos o conversaciones recientes, así como los errores que se producen en el reconocimiento y comprensión de palabras familiares o en la recuperación de episodios de nuestras vidas (memoria episódica).


El progresivo deterioro que se produce en los órganos de los sentidos, vista y oído sobre todo, también se considera normal; limitan la comprensión de mensajes dificultando la comunicación. Sin embargo, sería anormal cuando el deterioro impide la comunicación o la dificulta en exceso.


Debido a los problemas de memoria, también se considera normal la utilización de pronombres sustituyendo a nombres o lugares conocidos. No obstante, su abuso será considerado no habitual; por ejemplo, decir: “El otro día alguien me llevó a un sitio muy bonito”. Igual ocurre con el uso de “coletillas” o comentarios cotidianos y estereotipados cuyo abuso implica no hacer frente a sus limitaciones o impedir situaciones que le cuesta afrontar; por ejemplo, decir: “No me encuentro bien” y así tener una excusa para no interactuar o “¿Cómo estás? ¿Hace tiempo que no te veo?” cuando en realidad no lo recuerda.


La lentificación generalizada de los ancianos a nivel motor y cognitivo también se considera dentro de la normalidad hasta que los niveles de ésta sean muy elevados e interrumpan y limiten en exceso las capacidades comunicativas del anciano.


– El paciente habitual y el paciente difícil. En la práctica clínica, el auxiliar de enfermería se encontrará con multitud de pacientes distintos, cada uno de cuales deberá recibir un trato específico según sus características personales.

Salgado y Guillén (1990) diferencian distintos tipos de pacientes para los que establecen determinados perfiles. Destacamos los siguientes:

1. El paciente habitual.
2. El paciente difícil.


Paciente habitual


Es aquél que presenta las dificultades normales de su edad en aspectos físicos (deterioro, lentitud, mayor cansancio, fatiga,…), psíquicos (lentitud en los recursos mentales de afrontamiento, memoria, atención,…) y sociales (pérdidas afectivas, de roles, disminución de contactos,…).
A la hora de afrontar las complicaciones que el envejecimiento y su entorno le deparan, utiliza conductas y estrategias más rígidas que un paciente no geriátrico, debido a esta pérdida de
capacidades. Además, es más irritable y acepta peor la frustración. Estas características son frecuentes en los ancianos, siendo consideradas como habituales, y el personal sanitario se enfrenta a ellas diariamente. Con los recursos comunicativos apropiados, la interacción con ellos se hace satisfactoria, agradeciéndolo tanto el anciano y sus familiares como el propio personal.

 

Paciente difícil

Presenta las mismas características que el paciente habitual, pero es aún más rígido y tolera peor los cambios, las complicaciones y las frustraciones. Dificulta la tarea del personal sanitario y hace más difícil conseguir relaciones satisfactorias que hagan más cómoda para todos su estancia en los centros de atención. Dentro de este grupo, destaca el paciente irritable, que es aquél que se muestra gruñón, frustrado e insatisfecho con su vida pasada. Suele echar las culpas de su fracaso a los demás y desconfía de la gente sin aparentar afectos. Presenta una serie de características que, si bien aparecen habitualmente en todo tipo de pacientes, en él se dan con mayor intensidad y constancia:

Inestable y contradictorio. Se muestra muy sensible, con repentinos cambios de humor que se manifiesta de forma exagerada y que no tienen motivo aparente. Además, es frecuente que muestre contradicciones, ya que puede quejarse por una situación que les desagrade pero no aceptar los cambios que se le propongan para mejorar la misma.
Perseverante. Se muestra muy repetitivo en temas coherentes o sin sentido que a la larga producen pesadez en los demás.

Autocompadecenciente y quejoso. Se queja constantemente sobre su salud o sobre las pérdidas que produce la vejez. Se recrea en ellas de forma excesiva, contando con detalle sus dolores de tal forma que crea pesadez e irritación en los oyentes.

“Como niños pequeños”. Adopta conductas similares a las de los niños pequeños: se vuelve perezoso, caprichoso con las comidas y los antojos. Además, quiere ser el predilecto de sus familiares y de la gente, en general, tornándose celoso y enfadadizo ante deseos no satisfechos.

Hostil y conservador. Debido a la frustración e insatisfacción que siente por sus limitaciones, puede responder de forma hostil ante cualquier frustración o cambios que se produzcan en su entorno, ya que se ha vuelto más rígido y conservador, tolerando menos las variaciones de su alrededor.

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